Recuerdo que caminamos mucho pero
no recuerdo el cansancio, recordé que todo lo que el hacia me parecía fascinante,
envidiaba cuando llegaba a casa con varas de zaquara con las que hacia cometas
tipo avión las que manejaba con destreza, era un capo con las canicas, no se si
sería mi mala memoria pero podría jurar que eran más de 200 las canicas que
guardaba en un frasco de talco Johnson y unas medias repletas, las tiraba
debajo de la cama. Las veces que salíamos a la calle él era el campeón de los
trompos, el ojo, las escondidas y demás juegos, su gran colección de figuritas,
sus comics interminables, la primera guitarra que se compro y que yo eche a
perder, siempre quería tener lo que el tenia.
Lo que nunca voy a olvidar es
aquella vez en la que paseando en bicicleta me llevo en hombros por la avenida
Pastor Sevilla cuando no estaba asfaltada y el hospital ni siquiera existía,
esa vez fue para mi lo máximo, ese día se convirtió en mi héroe favorito, quería
ser como el cuándo creciera.
A pesar de su aparente indiferencia
hacia mí, una que otra paliza que ahora
me hace compararlo con “Totoca” de Mi Planta Naranja Lima, esas noches en la
que no asustaba con los vampiros, él era mi héroe.
Tuvieron que pasar muchos años
para que pudiera darme cuenta que el seguiría siendo mi héroe, aquella vez que
en un almuerzo me invito a conocer a Cristo, no como yo lo conocía sino al
verdadero, el seguiría siendo mi héroe, porque quien no quiere ser como su héroe
favorito. El me presento a su héroe favorito aquella tarde y lo hice mío, y ya
tenia dos héroes a quienes admirar y a quienes imitar. Luego fui conociendo mas
héroes, pero ninguno como mi hermano.